El señor Altenweger no podía creer lo que veía: las cabezas de ganado,
orgullo de su granja en Schnaitsee, Baviera (Alemania), eran ahora
"vacas flacas" con los ojos inflamados y un picor que les obligaba a
frotarse contra cualquier objeto. Las molestias desaparecían cuando las
llevaban a otra granja a 25 kilómetros, pero recaían al regresar y
algunas llegaron a morir. Por su parte, investigadores de la Universidad
de Berna (Suiza) analizaban el insonmio y el malestar general de los
habitantes de una ciudad helvética que mejoraron súbitamente para volver
a recaer tres días después.
En ambos casos las miradas se volvieron
acusadoras a las antenas recién instaladas y los campos electromagnéticos resultantes. Pero, ¿son estos campos realmente peligrosos?
Un campo electromagnético (CEM) es creado por cualquier cuerpo con carga eléctrica en movimiento, e interactúa con otros,
como el del cuerpo humano, donde los impulsos nerviosos entre el
cerebro y los órganos y músculos son corrientes eléctricas de 150 a 300
Hz. Al interferir el circuito eléctrico del organismo, un CEM induce corrientes en los tejidos.
En la membrana celular externa, que también tiene carga eléctrica, se
anclan las proteínas que conducen los mensajes químicos. Un estudio de
la UE revela que pasar 72 horas en un campo de 50 Hz y 2.000 teslas
(medida de inducción magnética) varía la estructura de la membrana, sus
fibras celulares y proteínas. Es la frecuencia de frigoríficos,
secadores de pelo, luz fluorescente, hornos de microondas, ordenadores o
televisores, pero habría que pegarse a ellos y muchas horas para notar
sus efectos.
Las radiaciones más habituales que recibe el hombre son las electromagnéticas no ionizantes,
sin suficiente energía fotónica para romper los enlaces químicos que
unen las moléculas de la célula; las ionizantes incluso dañan el ADN.
Sin embargo, en Japón se ha visto que una larga exposición a frecuencias
de 50 y 60 Hz, las de electrodomésticos y centrales energéticas,
produce mutaciones de genes y errores en la replicación
y en sistemas de reparación del ADN, e incluso células no
especializadas que degeneran en cáncer. Asimismo, las estaciones de
radio, TV y telefonía móvil emiten en radiofrecuencias y microondas. Los
móviles operan de 900 MHz a 1,8 GHz, y no ionizan los átomos de los
tejidos, pero calientan las zonas del cuerpo con más agua, al absorber
ésta las microondas.
Aunque se han hecho más de
200 pruebas, ninguna concluyente, un estudio de dos institutos alemanes
para el Parlamento Europeo concluye que los móviles no son recomendables para niños y adolescentes.
Incluso, según el Instituto Internacional de Biofísica, las radiaciones
de teléfonos y antenas repetidoras pueden llevar con largas
exposiciones a un tumor poco frecuente, el neuroma epitelial en la
periferia del cerebro.
En una reunión de expertos en Madrid se
expuso que, al hacer un encefalograma, si se acerca un móvil aparece una
oscilación indescifrable. Según el doctor Hyland, de la Universidad
inglesa de Warwick, las ondas de los móviles son de la misma frecuencia
que las cerebrales alfa. Así que, aún con intensidad muy baja, el
cerebro es muy sensible a ellas. Para la Asociación de Consumidores del
Reino Unido, un sistema de manos libres puede triplicar la exposición,
al actuar como un amplificador de las radiaciones directas al cerebro,
mientras que la marca Ericsson dice que baja un 92 por 100. En todo
caso, la interferencia es menor con el móvil cerca de la oreja, alejando
la antena de la cabeza. La Asociación aconseja hacer llamadas cortas,
usar el móvil sin manos y sin audífono y no tenerlo encendido en el
bolsillo: afecta a los riñones, matriz, ovarios y testículos.
Los
límites del campo marcados por la UE, y que España recoge en el Real
Decreto 1066/2001, dan como inocua una frecuencia de 0 a 300 GHz, pero
no hay estudios epidemiológicos de exposición a largo plazo a microondas
y radiofrecuencias. Por eso actualmente son un objetivo prioritario de
la Organización Mundial de la Salud (OMS), que puso en marcha en 1996 el
Proyecto Internacional CEM para estudiar los posibles efectos sobre la
salud de los campos electromagnéticos. Además, varios institutos
alemanes estudian la conductividad de las ondas en el cráneo y otros
huesos humanos para ver la protección del cerebro y otros órganos.
El
australiano John Holt es aún más alarmista. Según él, las frecuencias
de los móviles duplican la producción de histaminas y favorecen el asma y
las alergias. Bajo 800-900 MHz continuos, las antihistaminas y los
esteroides no paran la producción de histaminas, que contraen las
arterias, dilatan los capilares y sirven de mediador químico en las
reacciones alérgicas. Para Holt, el asma lo causan las microondas y por
eso aumenta en los países ricos y es escaso en países muy contaminados
del Tercer Mundo; y en Escandinavia, donde los jóvenes usan móviles
desde 1994, las chicas de 15 a 24 años aumentaron el consumo de
somníferos y antidepresivos. S. Edström, del Hospital Sahlgrenska de
Gotemburgo llega aún más lejos al asociarlo con el cáncer y el bloqueo
de la melatonina, la hormona que regula los ritmos de sueño y vigilia.
Según la Universidad de Carolina del Norte, con altas dosis de
radiación, su falta provoca más suicidios en operarios menores de 50 años.
Otros estudios sobre los CEM indican que alteran la fase REM del sueño, y la Universidad de Pisa está estudiando la variación de la sensibilidad al dolor:
se ha descrito mayor tensión arterial y que, al dilatarse por las
microondas los poros de las membranas en la barrera hematoencefálica,
puede favorecer el Alzheimer o la pérdida de memoria.
A
pesar de todo esto, los expertos siguen sin ponerse de acuerdo en si
las estaciones de telefonía provocan cáncer, perturbaciones en los
biorritmos cerebrales o alteración del transporte del calcio iónico en
las células. Hay estudios a favor y en contra de que la exposición a
campos de baja intensidad se asocie a más incidencia de cáncer en los
niños. Falta un estándar de estudios de riesgo, pero parece que las
administraciones no tienen mucha prisa por crearlo.
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